Esa fue la escueta respuesta del maestro: “sigue tu camino”.
¿Cuál camino? –interrogó el discípulo.
El que has llevado hasta ahora, -respondió el viejo. Recto o
intrincado, llano o tortuoso, tú vas trazando tu propio sendero. ¿Pero, hacia
dónde me lleva? -preguntó nuevamente el principiante del trayecto.
Te conduce hacia tu propia verdad, -respondió el maestro. A
veces nos comparamos. Pensamos que nuestra travesía es insulsa, monótona, que
aparentemente no nos conduce a nada trascendente. Necesitas estar alerta. A
pesar de la aparente calma, el cambio se está gestando en tu interior. No
olvides, igualmente, que para que haya actividad interna, es preciso acudir a
la calma exterior.
Esa actividad interna, por determinante que pueda ser para
tu vida, no necesariamente se manifiesta súbitamente como una explosión. A
veces el cambio surge muy sutilmente, como una iluminación que revelará que ha
sido asimilada, sólo tiempo más tarde, cuando alguna experiencia o situación
haga que se dispare ese aprendizaje, en ese preciso momento.
Lo sabes perfecto. Ocupamos un cuerpo físico que nos fue
prestado para transitar por este mundo. Pero solemos olvidar que no somos ese
vehículo. Que somos tan sólo el adormilado conductor del verdadero personaje
que llevamos dentro, y al cual pasamos años ignorándolo. No es sino hasta que
comenzamos a reparar en él, cuando comenzamos a comprender el objetivo de todo
este peregrinar.
Hemos andado, errabundos, ya por muchos parajes. Durante
muchas vidas. Durante muchas “salidas a escena”. Vistiendo diversos ropajes.
Actuando en diversos escenarios… Tanto hemos andado, que lo hemos olvidado.
Pero podemos abrir las ventanas de la memoria. Con disciplina se logra.
Cuando somos capaces de ver nuestro “pasado”, observándolo
ya como espectadores, “desde fuera”, ya sin involucrar los sentimientos y
vivencias que sucedieron en ese entonces, vemos objetivamente todos nuestros
tropiezos, aciertos y fallas. Ya no hay dolor, sólo aprendizaje.
Sólo entonces nos damos cuenta que siempre estuvimos en
escena. Que siempre jugamos un rol. Aunque a veces nos lo creímos. Hoy a la
distancia, ya no duele más.
Pero sólo hasta hoy cobramos conciencia de que existir es
simplemente Ser, sin pasado ni futuro. Vivir en el eterno presente. La luz no
conoce la oscuridad. Para el Ahora no hay ayer ni mañana.
Estamos entrando a la nueva dimensión del no-tiempo lineal.
¿Lo ves? Tu camino sí te ha traído hasta aquí. No había que apresurar el paso,
ni desandar lo andado. Todo camino confluye, antes o después, hacia el origen:
hacia la Luz.
Vas hacia la Luz, no te detengas ni te distraigas, sigue tu
camino hijo mío –concluyó esa tarde el maestro.
